jueves, 10 de diciembre de 2020

Clotilde y Sorolla

Clotilde y Sorolla

«Clotilde García del Castillo (1865-1929), un nombre corriente para una mujer que no lo fue. Ella fue la mujer que estuvo siempre junto a Joaquín Sorolla pero además, Clotilde conservó los testimonios de su vida común y del trabajo de Sorolla (cartas, fotos, las listas de los cuadros que se enviaban a las exposiciones, las cuentas,...).Fue ella la que personalmente se encargó de donar al Estado la casa familiar de Madrid y convertirla así en el Museo Sorolla del que todos nos sentimos tan orgullosos.

Clotilde y Joaquín se conocieron en Valencia siendo niños. Más tarde Sorolla trabajó como iluminador del fotógrafo Antonio García Peris, el padre de Clotilde, que fue, además, mecenas y protector del pintor. Clotilde y Joaquín se casaron en 1888, vivieron un año en Italia y en 1889 se instalaron en Madrid.
 
 
En 1890 nace su primera hija María, en 1892 nace Joaquín y en 1895 Elena. Sorolla no deja de retratar a Clotilde pero lo hace también mientras ella ejerce de madre.

Pero Clotilde no pierde su condición de mujer, de compañera, por haber sido madre. Sorolla la sigue retratando sola en muchas ocasiones.

Y Clotilde, contrariamente a otras mujeres de su condición social de la época, parece dedicarle tiempo y dedicación a sus hijos y ser feliz con ello. Y la mirada de Sorolla es de padre, amante, cómplice.
Y pese a las teorías sobre el malditismo y la vida problemática que debe llevar un artista para poder ser creativo, nos enfrentamos a un Sorolla que parece ser feliz con la mujer con la que comparte su vida y con la familia que ha creado con ella. Durante temporadas, a veces largas, Sorolla tiene que viajar lejos de su familia para atender encargos de su trabajo. La correspondencia que se guarda de esos periodos es realmente clara y tierna: Joaquín y Clotilde se echan mucho de menos y se dedican emotivas palabras de cariño. Uno siente casi pudor al asomarse así a una relación tan íntima.

Son numerosos los cuadros de periodos de vacaciones en los que Sorolla plasma a Clotilde y al resto de la familia. Y es que el pintor no parece estar nunca de vacaciones o necesita sus pinceles para vivirlas de verdad y guardar para siempre esas instantáneas de felicidad bañadas por su prodigioso dominio de la luz.

Clotilde era consciente de su papel difícil siendo la compañera de un hombre con tanta fama y talento... En algunas de sus cartas le dice que debería quedarse en una esquina y hacerse pequeñita hasta casi desaparecer, pero que no lo consigue. Pero Clotilde no es mujer que desaparezca, no es una gran belleza, pero tiene un encanto y una elegancia muy especiales. La Clotilde que su marido pinta es una mujer inteligente y con carácter.

Y los pinceles de Sorolla no engañan, en sus cuadros Clotilde va cumpliendo años y cogiendo algunos kilos. El tiempo pasa y es absurdo aferrarse a una juventud ya pasada.

En julio de 1920 Joaquín Sorolla sufrió un ataque de hemiplegia que le impidió volver a pintar como ya relatamos en Joaquín Sorolla, la última pincelada. Clotilde siguió a su lado y le acompañó en todo momento.

En 1925, Clotilde García del Castillo dictó testamento donando todos sus bienes al Estado para la fundación de un museo en memoria de su marido. El Museo Sorolla de Madrid se inauguró en 1932. Joaquín Sorolla sigue vivo en toda su obra, Clotilde respira en cada rincón del Museo, que fue su casa, y en los múltiples retratos que de ella hizo el pintor».

http://aliciaporamoralarte.blogspot.nl/


martes, 10 de noviembre de 2020

Aún dicen que el pescado es caro...

Aún dicen que el pescado es caro... 

«¡Que viniesen allí todas las zorras que regateaban en la Pescadería! ¿Aun les parecía caro el pescado?... 
¡Á duro debía costar la libra!»
 
Flor de mayo

Vicente Blasco Ibáñez
 
 
«Este es el título de un óleo de Sorolla en que se ven a un grupo de pescadores atendiendo a un pescador herido en el fondo de una barca.

No era extraño que en el Cabañal y el resto de los poblados marítimos, abundaran las mujeres enlutadas, viudas y madres de pescadores que perdieron sus vidas en aras del pan de cada día.

En este tiempo, quizás en el otoño del 34, un fuerte temporal de levante azotaba la costa valenciana, y grupos de gente hacían comentarios sobre algunas barcas que no habían regresado y andaban perdidas o quizás naufragadas. Se decía que en la cercana playa de Nazaret, en la desembocadura del río Tuna, había aparecido un cadáver y los restos de una embarcación.

En la playa de la Malvarrosa las pescadoras subidas sobre piedras o tablones, oteaban el horizonte con la esperanza de descubrir el familiar "Laúd" y su triangular y blanca vela latina. Una barca había intentado alcanzar la bocana del puerto, estrellándose contra las rocas del rompeolas, desapareciendo sus tripulantes. Las mujeres gemían temerosas por la suerte de sus familiares, pues en algunas barcas se juntaban todos los varones de una misma familia, incluso algún chiquillo. 

 
¡Aún dicen que el pescado es caro!. 1894
 
Joaquín Sorolla y Bastida
 
Óleo. 151.5 x 204
 
Museo del Prado 

Entre llantos, rezos y advocaciones a la Virgen del Carmen, aquellas mujeres cubriéndose el "moño" con grandes pañuelos blancos o negros,—según.-; Soportaban la lluvia y el fuerte viento, y el tremendo maremágnum de las grandes olas que rompían en la playa. 

 
Entrada al puerto de Valencia en día de Levante
 
La Ilustración Española y Americana
 
8 de julio de 1884
 
De la obra de Javier Juste
 
Xilografía a la contrafibra - 281 x 182 mm

Algunos sacaban a colación, que los que faltaban, se podían haber refugiado en algún puerto de Argelia, apoyados por lo que todos sabían, la pesca encubría el contrabando que se hacía con el norte de África. Después de la tormenta viene la calma. Los chavales paseábamos descalzos por la playa, descubriendo todo lo que la tormenta hubiera arrojado a la arena de la playa.

Cuando regresábamos a casa, en un portal se apiñaba la gente, y se oían los lloros y lamentos de los familiares o amigos de algún desaparecido.»

Vivencias de juventud

Francisco Marcos Hernández