viernes, 10 de junio de 2022

Sorolla y el mar. Los astilleros

 Sorolla y el mar. Los astilleros

«Y las vecinas del barrio que comentaban tales noticias, al pasar por la acequia del Gas acercábanse a los tinglados de los calafates para contemplar con cierta envidia al Retor que, mascullando el cigarro, se estaba el día entero vigilando a los carpinteros que aserraban y cortaban maderos amarillos, frescos y jugosos, unos rectos y fuertes, otros encorvados y finos, para la nueva embarcación. 

La faena se hacía con calma. Nada de precipitaciones ni de errores; no había prisa. Lo único que deseaba Pascualo es que su barca fuese la mejor del Cabañal».

Flor de mayo

Vicente Blasco Ibáñez


Astillero. Playa de Valencia. 1904

Óleo. 53,50 x 71,50

Museo Sorolla

Astillero. Playa de Valencia. 1904

Óleo. 86 x 60

Museo Sorolla

Astillero. Playa de Valencia. 1904

Óleo. 52,50 x 81,50 

Museo Sorolla


«Valencia cuenta con un grupo meritísimo de constructores de embarcaciones de pequeño tonelaje, cuya labor paciente, entusiasta y tenaz, se hizo acreedora a los cálidos elogios entre los armadores de todas las costas españolas.

Sobre las arenas de nuestra amplia playa de Levante, los calafates manejan sus herramientas, bajo un sol abrasador de verano, cubierta la cabeza con un sombrero que más bien parece capuchón de paja y resisten las inclemencias del tiempo durante los crudos meses invernarles.

Con elementales herramientas (sierra, garlopa, cepilladora, hacha, hierros de sujetar, piezas de madera o calafatear, etc.) estos obreros ejemplares levantan una serie ininterrumpida de barcos de mayor o menor tamaño, pero de un estilo y finura de líneas tales que, una vez botados al agua, nada tienen que envidiar a los construidos con arreglo a técnica y orientación de la más autorizada ingeniería naval.

Els Mestres, o sea los responsables de los astilleros de la playa, proceden del mismo campo y se formaron en semejante escuela práctica que sus subordinados, es decir, sobre la arena, entregando herramientas a los oficiales y ayudándoles a colocar en su debido lugar pesadas piezas de madera enlazadas con las anteriores, por medio “dels gatets” especie de rectángulo de hierro formado por una barra fija, a los extremos de lla cual, dos abrazaderas movibles impulsadas por un torniquete manual se hincan en la madera, en el punto exacto donde el maestro estime.

No tienen estos propietarios de Astilleros sobre el grupo selecto y antiguo de acreditados calafates, otra ventaja que tal vez una superioridad aritmética y más bien referida al trato comercial con la confección de elevados presupuestos a priori. Para el propio planteamiento, armazón y construcción de la embarcación, desde los pequeños botes a remo, canoas e incluso barcas de pesca, existen por lo menos cincuenta obreros capaces, si todos no de dar el visto bueno definitivo a una construcción naval, si de actuar por su cuenta sin necesidad de instrucciones, con arreglo a las líneas y puntos que figuran en el plano.

La finura de una quilla, la curva suave entre ésta y la línea de flotación, una proa airosa con el complemento de la proa prometedora de buena resistencia a los embates de las olas, son detalles que atraen constantemente la atención de los calafates. Bastantes de ellos, directores y autores manuales de pequeñas o grandes barcas, muchas de características y medidas diferentes, soñarán todavía con alguna de condiciones, tamaño y figura tales que, a su parecer, superarían en velocidad y buen marinear a todo lo visto. Y es que los carpinteros de ribera valencianos son verdaderos artífices en su profesión con esa insatisfacción permanente de los elegidos.

El hacha, pesada y de difícil manejo, se convierte en las manos de estos hombres, en suave y afilado estilete que vacía madera de un codaste, de una cuaderna o de una monumental costilla interior, con firmeza y maestría insuperables. La labor de rebajar las piezas requiere exquisito cuidado, pues ésta ha de quedar en su medida exacta de anchura, ni demasiado gruesa ni tan fina que pueda después resentirse en el mar. Y en tal equidistancia, el golpe de hacha del calafate llega a sacar virutas tan finas como un papel de fumar, de rincones inverosímiles en pieza que pueden pesar casi una tonelada.

La historia de estos productores ejemplares arranca desde tiempos antiquísimos. Ciñéndonos a la que pudiéramos denominar época actual, comprendida en lo que va de siglo, una colección de nombres que se hicieron famosos por su sapiencia y formalidad en el trato vienen a nuestra memoria: Los Rocafull, prolífica estirpe de calafates de donde bortaron múltiples ramas: Romero (Tío Moracho), Serra, Leibas, Lacomba, etcétera.

En cuanto a embarcaciones construidas a orillas del mar, han podido verse, desde minúsculas barquichuelas hasta monumentales buques de pequeño y gran cabotaje. Los dos Delfines (el Blanco y el Azul), el Gaviota y algunas más fueron botados al mar por la playa utilizando complicados medios para su lanzamiento.

Digamos, para terminar, que los costes mínimos corrientes en la actualidad oscilan entre las 3.000 pesetas, aproximadamente, por un pequeño botecito impulsado a remo, hasta los tres millones y medio, valor calculado de un buque de cien toneladas. Magnificos bacaladeros, de ya muy estimado tonelaje, son todavía recordados con nostalgia cuando, terminada la ruda jornada, se agrupan en torno a sus respectivas cofas (capazo donde reúnen las herramientas de trabajo), estos hombres de tez curtida por el sol y el aire del mar. Sus manos fuertes de apretada garra, no permiten adivinar que, en el manejo del hacha, al atacar un grueso tablón, la afiladísima hoja pueda acariciarlo tan suavemente.

Acusada fortaleza, gran sentido del cálculo y un profundo e incalculable amor a su profesión, son las condiciones más relevantes de los buenos calafates valencianos».

Dionisio Domínguez  

Las Provincias  22 de Septiembre de 1957